Al bajar por un estrecho camino de tierra hacia la casa de Gloria, ella nos recibió con una sonrisa tan radiante como el sol del mediodía. Su alegría al vernos contrastaba con la dura realidad en la que vive.

Gloria habita una casa improvisada, hecha de láminas de zinc, plástico, madera vieja, algunos bloques y piso de tierra. Allí viven 11 personas: sus seis hijos, su madre anciana en silla de ruedas y otros familiares. Su esposo está muy enfermo, con visitas al hospital por deficiencia renal, y lucha por su vida.

Esta es la manifestación de pobreza más dura, la que no da tregua. Y, aun así, Gloria nos recibió con gratitud y orgullo. Gracias a Mangle, ahora Gloria tiene algo que le da esperanza: una letrina nueva. Parece algo pequeño, pero para ella y su familia representa dignidad, salud y seguridad.

Antes de irnos, Gloria nos regaló pescados frescos fritos, pues sus hijos habían pescado en el río y también nos dio mangos cosechados en su patio. Este gesto nos conmovió profundamente. Sabíamos que eso era lo poco que tenía y, aun así, ella nos compartió lo que tenía con generosidad. Como dijo Magda: “La gente pobre da lo que tiene. La gente rica da lo que le sobra.”

Aunque algunas instituciones internacionales digan que El Salvador está en un nivel medio de desarrollo humano, la vida de Gloria muestra otra realidad: la de quienes luchan cada día por sobrevivir. No vimos en ella derrota: había fuerza, entusiasmo y valentía. Ella no espera que la salven; ella actúa con lo que tiene, buscando un futuro mejor para su familia. Su historia nos recuerda por qué hacemos este trabajo, y que, con apoyo y las herramientas adecuadas, el cambio es posible.