Después de recorrer un camino pedregoso y difícil, llegamos a Tulares de Valencia, una comunidad donde nos esperaban varias mujeres de cinco cooperativas. Sus rostros hablaban de mucha lucha, pero también de esperanza. Nos recibieron con frutas frescas que ellas mismas cultivaban en las tierras.
Tomasa, la presidenta de la cooperativa, nos contó que hace 20 años no tenían nada: ni tierra, ni ingresos, ni comida suficiente para sus hijos/as. Sin embargo, no se rindieron, y las 40 familias comenzaron a ahorrar poco a poco. Luego con apoyo de la Iglesia católica, compraron un terreno que estaba muy dañado por químicos. Al principio todo lo que sembraban se moría; no prosperaba.
El cambio llegó a ellas con FECORACEN, y con ellos aprendieron a recuperar el suelo. Después, empezaron a sembrar árboles frutales y se iniciaron en la apicultura. Al inicio, le tenían mucho miedo a las abejas, pero ahora producen y venden miel con orgullo.
No es fácil el trabajo en el campo: ahí el sol es muy fuerte, la pobreza pesa y el clima cambia. Pero estas mujeres no se detienen. Con trabajo y solidaridad, han transformado su comunidad. Antes de irnos, nos compartieron agua de coco y nos cantaron canciones. Su alegría era sincera; su esperanza y entusiasmo son permanentes.
Estas mujeres no son solo agricultoras. Son lideresas, soñadoras, y son un ejemplo vivo de que, aun en los suelos más pobres, la esperanza puede florecer.